Discurso de SS Benedicto XVI
A
representantes del Movimiento
por la Vida en Italia
12/05/2008
Queridos hermanos y
hermanas:
Con gran placer os
acojo hoy y dirijo a cada uno mi cordial saludo. En primer lugar, saludo a
monseñor Michele Pennisi, obispo de Piazza Armerina, y a los sacerdotes
presentes. Dirijo un saludo especial al honorable Carlo Casini, presidente del
Movimiento por la vida, y le agradezco cordialmente las amables palabras que me
ha dirigido en vuestro nombre. Saludo a los miembros de la Dirección nacional y de
la junta ejecutiva del Movimiento por la vida, a los presidentes de los Centros
de ayuda a la vida y a los responsables de los diversos servicios, del proyecto
Gemma, de Teléfono verde, SOS Vida y Teléfono rojo. Saludo, asimismo, a los
representantes de la
Asociación Papa Juan XXIII y de algunos Movimientos por la vida
europeos.
A través de vosotros,
aquí presentes, mi saludo afectuoso se extiende a quienes, no pudiendo
participar personalmente, están espiritualmente unidos a nosotros. Pienso
especialmente en los numerosos voluntarios que, con abnegación y generosidad,
comparten con vosotros el noble ideal de la promoción y la defensa de la vida
humana desde su concepción.
Vuestra visita tiene
lugar treinta años después de la legalización del aborto en Italia, y tenéis la
intención de sugerir una reflexión profunda sobre los efectos humanos y sociales
que la ley ha producido en la comunidad civil y cristiana durante este período.
Contemplando los tres decenios pasados y considerando la situación actual, no se
puede por menos de reconocer que defender la vida humana se ha vuelto hoy
prácticamente más difícil, porque se ha creado una mentalidad de desprecio
progresivo de su valor, confiado al juicio de cada persona. Como consecuencia,
se ha derivado un respeto menor a la misma persona humana, un valor que está en
la base de toda convivencia civil, por encima de la fe que se profesa.
Ciertamente, son
muchas y complejas las causas que llevan a decisiones dolorosas como el aborto.
La Iglesia,
fiel al mandato de su Señor, por una parte, no se cansa de reafirmar que el
valor sagrado de la vida de todo hombre tiene sus raíces en el designio del
Creador; y, por otra, estimula a promover toda iniciativa en apoyo de las
mujeres y de las familias para crear condiciones favorables a la acogida de la
vida, y a la tutela de la institución de la familia, fundada en el matrimonio
entre un hombre y una mujer. Haber permitido recurrir a la interrupción del
embarazo no sólo no ha resuelto los problemas que afligen a muchas mujeres y a
muchos núcleos familiares, sino que ha abierto una herida ulterior en nuestras
sociedades, por desgracia ya agobiadas por profundos sufrimientos.
En verdad, durante
estos años se ha puesto mucho empeño, no sólo por parte de la Iglesia, para salir al paso
de las necesidades y las dificultades de las familias. Pero no podemos ignorar
que diversos problemas siguen atenazando a la sociedad actual, impidiendo a
numerosos jóvenes cumplir su deseo de casarse y formar una familia, a causa de
las condiciones desfavorables en las que viven. La falta de trabajo seguro,
legislaciones a menudo deficientes en materia de tutela de la maternidad, y la
imposibilidad de garantizar a los hijos un sustentamiento adecuado, son algunos
de los impedimentos que parecen sofocar la exigencia del amor fecundo, mientras
abren las puertas a un sentido cada vez mayor de desconfianza en el futuro.
Por eso, es necesario
unir los esfuerzos para que las diversas instituciones pongan de nuevo en el
centro de su acción la defensa de la vida humana y la atención prioritaria a la
familia, en cuyo seno la vida nace y se desarrolla. Es preciso ayudar a la
familia con todos los instrumentos legislativos, para facilitar su formación y
su obra educativa, en el difícil contexto social actual.
Para los cristianos
permanece siempre abierto, en este ámbito fundamental de la sociedad, un urgente
e indispensable campo de apostolado y de testimonio evangélico: proteger la vida
con valentía y amor en todas sus fases. Por eso, queridos hermanos y hermanas,
pido al Señor que bendiga la acción que, como Centro de ayuda a la vida y como
Movimiento por la vida, lleváis a cabo para evitar el aborto también en los
casos de embarazos difíciles, trabajando al mismo tiempo en los ámbitos de la
educación, la cultura y el debate político.
Es necesario
testimoniar de manera concreta que el respeto a la vida es la primera justicia
que se debe aplicar. Para quien tiene el don de la fe, esto se convierte en un
imperativo inderogable, porque el seguidor de Cristo está llamado a ser cada vez
más "profeta" de una verdad que jamás podrá eliminarse: únicamente Dios es Señor
de la vida. Él conoce, ama, quiere y guía a todo hombre. La unidad más profunda
y grande de la humanidad sólo radica en el hecho de que todo ser humano realiza
el proyecto único de Dios, cada uno tiene origen en la misma idea creadora de
Dios. Por tanto, se comprende por qué la Biblia afirma: quien profana al
hombre, profana la propiedad de Dios (cf. Gn 9, 5).
Este año se celebra el
60° aniversario de la
Declaración universal de derechos humanos, cuyo mérito ha sido
haber permitido a diferentes culturas, expresiones jurídicas y modelos
institucionales converger en torno a un núcleo fundamental de valores y, por
tanto, de derechos. Como recordé recientemente, durante mi visita a
la ONU, a los
miembros de las Naciones Unidas, "los derechos humanos han de ser respetados
como expresión de justicia, y no simplemente porque pueden hacerse respetar
mediante la voluntad de los legisladores. La promoción de los derechos humanos
sigue siendo la estrategia más eficaz para extirpar las desigualdades entre
países y grupos sociales, así como para aumentar la seguridad" (Discurso, 18 de abril de 2008:
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p.
10-11).
Por eso, también es
digno de alabanza vuestro compromiso en el ámbito político como ayuda y estímulo
a las instituciones, para que se otorgue el debido reconocimiento a la expresión
"dignidad humana". Vuestra iniciativa ante la Comisión para las peticiones del
Parlamento europeo, en la que afirmáis los valores fundamentales del derecho a
la vida desde la concepción, de la familia fundada en el matrimonio entre un
hombre y una mujer, del derecho de todo ser humano concebido a nacer y a ser
educado en una familia constituida por sus padres confirma ulteriormente la
solidez de vuestro compromiso y vuestra plena comunión con el Magisterio de
la Iglesia,
que desde siempre defiende dichos valores y proclama que "no son negociables".
Queridos hermanos y
hermanas, Juan
Pablo II, al encontrarse con vosotros el 22 de mayo de
1998, os exhortó a perseverar en
vuestro compromiso de amor y defensa de la vida humana, y recordó que, gracias a
vosotros, muchos niños podían experimentar la alegría del don inestimable de la
vida. Diez años después, soy yo quien os agradece el servicio que habéis
prestado a la
Iglesia y a la sociedad. ¡Cuántas vidas humanas habéis salvado
de la muerte! Proseguid por este camino y no tengáis miedo, para que la sonrisa
de la vida triunfe en los labios de todos los niños y de sus madres.
Os encomiendo a cada
uno de vosotros, y a las numerosas personas con quienes os encontráis en los
Centros de ayuda a la vida, a la protección materna de la Virgen María, Reina de la
familia; y, a la vez que os aseguro mi recuerdo en la oración, os bendigo de
corazón a vosotros y a cuantos forman parte de los Movimientos por la vida en
Italia, en Europa y en el mundo.
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